ARI (3)
Morir soñando
“Los que votan no deciden nada, los que cuentan los votos lo deciden todo” - José Stalin
Stalin no era muy inteligente. Simplemente era muy astuto. Nunca aportó una idea al triunfo de la revolución socialista de 1917 en Rusia. Su militancia se limitó a asaltar bancos y conseguir dinero para la organización. Era muy astuto.
En sus últimos meses, Lenin que luchaba contra la burocratización del “Estado obrero degenerado” en la URSS, integró a los viejos bolcheviques en una Comisión para separar del partido y del Estado a los burócratas corruptos. Se expulsaron decenas de miles. En su testamento político, Lenin exige, además, la destitución de Stalin del cargo de Secretario General del Partido, porque éste propiciaba la degeneración.
Muere de Lenin
Y contra sus consejos, Stalin incorpora miles de militantes, entre expulsados y oportunistas de toda laya. Con sus votos y manipulando al Comité Electoral del Partido, alcanza el liderazgo supremo.
Fue un golpe de Estado muy cruento. Stalin envió al fusilamiento o desaparición, a la mayoría de bolcheviques que condujeron la revolución. Por si fuera poco, desató una guerra civil en la que murieron millones de rusos. Los sobrevivientes fueron desplazados a Gulags en Siberia, donde una muerte lenta los esperaba.
A pesar de esos crímenes, Stalin siempre ganaba las elecciones que lo mantenían en el poder. Era muy astuto.
Stalin sabía lo que decía cuando se refería a las elecciones.
La historia viene a pelo cuando muchos soñamos qué hubiera pasado si ARI no estalla el verano de 1980.
Probablemente, la dictadura militar, con la “inteligencia” del imperio, hubiera manipulado los votos para evitar la elección de Hugo Blanco. Si a pesar de las trampas, hubiese sido electo, el cuartelazo habría estado listo para consumarse. Los imperialistas son más astutos que Stalin.
Como se gobierna para el pueblo
Dice muy bien la Comisión de la Verdad y Reconciliación, cuando afirma que el proyecto de Blanco y el PRT, contado con el decidido apoyo de la UDP en la que Diez Canseco había alcanzado un liderazgo muy elevado, consistía en propiciar el poder para los Frentes de Defensa y Asambleas Populares, presentes en la historia de las luchas sociales del Perú. Sin duda, una de las primeras leyes del gobierno de Blanco hubiera ido en esa dirección.
Al primer boicot del Congreso se hubiera vuelto a llamar a la Asamblea Constituyente para legitimar el rumbo al socialismo.
Otra ley urgente hubiera sido la restitución al trabajo de miles de dirigentes sindicales despedidos por el Paro Nacional del 19 de Julio de 1977.
La Banca habría sido estatizada y sus recursos puestos a disposición del nuevo gobierno. La economía hubiese revolucionado: producir no para el “mercado” sino para el bienestar popular. Por ejemplo, el anhelado sistema de trenes para todo el país se hubiese puesto en práctica, redirigiendo el hierro a la Siderúrgica de Chimbote para su conversión en rieles de acero, decenas de miles de trabajadores bien remunerados hubiesen puesto en marcha la construcción del tren panamericano.
Se hubiese declarado “odiosa” (concepto legal admitido internacionalmente) la deuda externa, por haber sido contraída por gobiernos enemigos al bienestar del pueblo.
La política de salarios hubiera empatado con el costo de vida.
Las fábricas hubieran sido puestas al control de los trabajadores.
La seguridad social, como los servicios médicos hubieran sido gratuitos para todos, con inclusión de pacientes discapacitados físicos y mentales.
La reforma agraria hubiera favorecido, al fin, a los campesinos, expulsando a muchos funcionarios que actuaban como gamonales corruptos tanto en las haciendas azucareras y algodoneras, como en las ya desaparecidas SAIS (Sociedad Agrícola de Interés Social.)
La gratuidad de la enseñanza se habría extendido desde la etapa inicial, hasta la Universidad. Los estudiantes, de acuerdo a sus habilidades y vocación, harían su aprendizaje participando directamente del proceso productivo.
El deporte y la recreación cultural hubieran sido promovidos para todos los ciudadanos. Gimnasios y auditorios en cada escuela y centro laboral.
La cultura ancestral hubiera sido redimida. El quechua y otras lenguas nativas, así como los idiomas extranjeros a escoger, habrían sido obligatorias en todas en todos los niveles educativos.
Las funciones del Estado hubieran sido masificadas para evitar el burocratismo. El ingreso de los funcionarios del Estado no superaría el salario promedio de un obrero calificado, como enseñaron los obreros de la Comuna de París (1877). Los malos funcionarios serían revocados y sustituidos de inmediato.
El ejército y policía hubieran sido reemplazado por milicias populares.
La religión hubiera quedado definitivamente separada del Estado. No habría ningún tipo de subvención para ninguna iglesia.
La imaginación al poder
Un país que promueve la imaginación, sabiendo que ésta siempre es revolucionaria, hubiera dignificado todas las relaciones humanas. El racismo, hoy política de Estado que margina a las mayorías, hubiera sido aplastado.
El amor, meta sublime y cotidiana de los seres humanos hubiera sido un permanente encuentro con la felicidad, sin obstáculos sociales, raciales, económicos o religiosos.
¿Qué hubiera hecho la burguesía peruana y el imperio norteamericano?
Hubiera fraguado la guerra civil. Sin dudas.
Nunca hubieran aceptado que el pueblo se libere y camine a su bienestar. Sin embargo, en ese tiempo la revolución sandinista doblegó al gobierno de Carter y la revolución peruana se hubiese tornado imparable.
Es probable, que los reformistas hubieran participado en una conspiración contra ese gobierno, o que se hubiese atentado contra la vida de Blanco, que Sendero Luminoso, acusando de “trotskista” al gobierno, se hubiera alzado con armas aportadas por el propio imperio (como sucede actualmente en las llamadas “primaveras árabes”) para derrocarlo.
El Perú hubiera despertado la solidaridad mundial. La Cuarta Internacional se hubiera convertido en el referente válido para barrer el capitalismo del planeta.
No pudo ser. Quedó en un sueño
La izquierda fue derrotada, el Bloque Socialista casi desaparecido. Por ello, a pesar de tanta historia de lucha, hoy estamos como si no hubiera pasado nada.
El reto actual es empezar de nuevo. Recordando a Lenin cuando señala: “la revolución rusa no la hicieron quienes comenzaron con bombas y dinamita, sino quienes empezamos el estudio de nuestra realidad”.
La utopía no ha muerto
Pronto la sacaremos a pasear, con la alegría desbordante de los jóvenes que ya no creen más en esa “izquierda que ya fue”.
Saldremos con la mirada fija en el final del túnel donde brilla esplendorosa la luz roja que nos espera.
El socialismo, y el amor, como dice la canción, no tienen hora ni fecha en el calendario.
El Bloque Socialista, será reconstruido sin calcos ni copia, con paso de vencedores.
¡ARI! ¡Kachkaniraqmi!
(Sí, aun estamos presentes)